Cádiz y La Competencia entre Toreros



Es sabido por crónicas y escritos de revisteros taurinos, la rivalidad entre toreros de todas las épocas. El caso que os enumero son dos, por tratarse de que estar de por medio
Cádiz y por ende gaditanos.
La primera que nos cuenta el afamado Antonio Díaz – Cañabate en el numero 0 de la Revista el Ruedo del 2 de Mayo de 1944 es la existida entre Pedro Romero y José Delgado (Hillo) y nacida en Cádiz de mano de un Barbero. Dice así el Cronista Taurino:
Es la primera la de Pedro Romero y Pepe Hillo, el uno Romero, con su destreza; el otro, Hillo con su valor. Sin embargo y por excepción, esta competencia la inicia uno de los contendientes. Tenemos para afirmar esto, un dato indudable. Una carta de Pedro Romero a Don Antonio Moreno Bote, prestigioso aficionado de principios del XIX. En ella dice el diestro que encontrándose en Cádiz, por el año de 1778, llamó a un barbero para que lo afeitara, y este le preguntó si era el, el mozo que iba a matar toros en Cádiz; le contestó que sí y entonces el barbero le informó que Pepe Hillo, en su barbería dijo que había mandado decir misas a las Animas Benditas para que dejara de llover, pues estaba deseando torear con gente guapa. Pedro Romero respondió que llegada la hora cada uno haría lo que pudiese. Y llegó la hora y salio el primer toro, y Pepe Hillo, al entrarlo a matar, tiró  la muleta y se sirvió del castoreño como engaño. Y Romero, en el suyo, no solo prescindió de la muleta sino que le entró  a matar llevando en la mano izquierda la peinetilla que se estilaba para sujetar la cofia. Los dos toros murieron de dos estocadas. En Cádiz se inicia así la competencia.”

La segunda de las competencias tiene por protagonista a José Redondo “El Chiclanero” que rivaliza con “Cuchares” y así lo relata Cañabate:
“Chiclanero y Curro Cuchares vienen después. Ya el toreo ha dado un paso tal vez definitivo en su evolución. Ha nacido la gracia y la elegancia. ¡Que dos figuras tan  atractivas estas del Chiclanero y Cuchares! Toreros de rumbo de tronío; toreros en la Plaza y fuera de la plaza, alegres, decidores, vocingleros, rumbosos, juerguistas. Ese pobre Chiclanero muerto tuberculoso a los treinta y tres años, la tarde de la inauguración de la temporada en la plaza madrileña, a la hora misma en la  que el Chiclanero debía matar su primer toro. Estaba en la cama y se levanta y se asoma a un balcón para ver la gente que va a los toros. Y allí en le balcón, se consume su ultimo aliento de vida, llora de ansia de torear; su pecho está roto y su corazón entero, y se vuelve a la cama y se echa de bruces, llorando, llorando, y al poco su sangre se le agolpa en la boca y muere de una cornada en el corazón entero, inferida por el ansia de torear. “¡Yo soy torero “reondo” como mi apellido!” solía decir en las tardes de triunfo al ver morir al toro de una estocada en las péndolas. Y ese Cuchares tan seguro de si que advertía a su mujer al despedirse de ella para ir a la plaza: “ Señá María, que este lista la puchera, que cuervo en cuanto acabe la corría” o a su hija cuando puso en relaciones con “El Tato”: “No creas que todos los toreros son como tu padre, que os dice vuelvo y vuelve; por que la mayor parte de ellos suelen volver por carta o en el alambre.” ¡ Tiempos del Chiclanero y Curro Cuchares, tardes de su competencia, encendida y frenética; rivales que no cedían un paso, toreros completos, toreros y rivales en la plaza y fuera de la plaza; en la plaza con el capote y la muleta, y el estoque; fuera de la plaza con la zumba, con el rumbo y la majeza! 





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